Cuento Los planes de Martin

Historias para Dormir

Había una vez un niño llamado Martin, que vivía en una bonita casa junto al mar.

A Martin, le encantaba jugar en la terraza de su casa con sus amigos y escuchar el sonido de las olas. Cada tarde,  tanto él como sus amigos, Izan y Daniela, solían ver volar las gaviotas. Era algo que les fascinaba por que sin aletear, eran capaces de permanecer inmóviles a gran altura gracias a la agradable brisa que allí siempre había y que les humedecía las caras con una sensación de frescor muy agradable. Allí, en la terraza, solían jugar a la peonza, a la comba y a la gallinita ciega.

 

Martin era una persona muy divertida y alegre, cuando estaba con sus amigos, se olvidaba de todo lo demás y esto ya le había llevado algún contratiempo. Un día, Los amigos de Martin llegaron a su casa muy contentos. Habían encontrado en el buzón una invitación para ir al circo, que visitaba su pueblo el próximo sábado.

 

Martin dio un grito de alegría y se puso muy contento, pues le gustaban mucho los animales, en especial los leones, con sus melenas peludas, las garras tan fuertes y esos colmillos grandes y afilados que lo convertían en el rey de la selva.

A Daniela le gustaban los caballos, por sus largas melenas, la piel tan suave y sus largas patas. Pero lo que más le gustaba era acariciarle la frente, la relajaba mucho y sentía que al caballo también.

A Izan, que era muy gracioso, le gustaban los monos, podía pasarse el día entero dibujando monos, le gustaba disfrazarlos, sobre todo le gustaba dibujarlos disfrazados de policía. Te imaginas un mono de policía? Que risa.

 

Después de pasar toda la tarde haciendo planes para el sábado, día del circo, los tres amigos decidieron que irían juntos y que de ninguna manera irían solos. Les encantaba la idea de sentarse juntos y reír durante toda la función. Planearon que se iban a comprar un gran bol de palomitas pero enseguida comprobaron que tenían gustos diferentes. A Daniela le gustaban las palomitas dulces, a Martin las saladas y a Izan sin nada. Entonces tomaron la decisión de comprar un bol pequeño para cada uno de su sabor preferido.

También comentaron acerca de donde sería el mejor lugar para sentarse y ver bien el espectáculo. Martin que era muy valiente no dudó ni un segundo en decir que quería ir a primera fila, para ver los colmillos de los leones de muy cerca, pero Daniela, que le causaban respeto los leones, propuso quedar en la tercera fila, un poco más alejada para sentirse segura. Los tres niños se llevaban muy bien, solían compartir todo y se ayudaban entre ellos. Si alguno pensaba diferente, simplemente se hablaban las cosas y se llegaba a un acuerdo para que todos estuvieran contentos y fueran felices. A veces Izan se enfadaba porque no quería compartir los juguetes, pero cuando se daba cuenta que sus compañeros se sentían tristes, no dudaba en repartir todo lo que tenia.

 

Aquella tarde, la pasaron toda pintando animales, planeando el sábado y jugando al circo. Al llegar la tarde, Martin le enseño muy contento los dibujos a su padre y le comento todo lo que habían estado hablando para el sábado. El padre de Martin, era una persona muy seria pero muy buena. Martin lo admiraba mucho porque era grande y fuerte, siempre le solía dar buenos consejos y le enseñaba muchas cosas. Ese día le dio una noticia que no esperaba. El día del Circo tenía una visita con su familia al museo de las artes y las ciencias, algo que le hacía mucha ilusión, pero que había olvidado completamente cuando estaba con Daniela e Izan.

 

En ese momento se puso triste, pues el mismo día se le habían juntado dos actividades que le gustaban mucho y que no podría hacer.  Además, se había comprometido con sus amigos y con su familia. Sintió ganas de llorar y decidió comentarle la situación a su mama. La mama de Martin era una persona muy amable, siempre le escuchaba atentamente mientras le contaba sus problemas y después, casi de forma mágica le daba la solución perfecta que necesitaba.

 

Después de contarle lo bien que se lo habían pasado toda la tarde dibujando animales, las palomitas que iba a comer cada amigo e incluso donde se iban a sentar para ver a los animales de cerca, la madre sonrió y le propuso a Martín que buscara una solución, ya que le había dejado claro a su mama que quería hacer las dos cosas.

 

Al día siguiente, cuando salió del colegio, se acercó a la explanada en la que estaban montando el circo. Era enorme, había una bonita carpa de colores rojo y blanco que relucía tanto que se veía a lo lejos. También habían unas grúas inmensas que levantaban los postes que aguantarían la carpa. Toda la gente que trabajaba en el circo se encontraba allí. Era un trabajo cooperativo que con empeño, entusiasmo y mucha ilusión realizaba esa gente que vivía de ciudad en ciudad. Todos sonreían contentos, el sol brillaba y se podían escuchar sonidos de animales por todas partes.

 

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