En un lugar muy lejano y apartado de la ciudad, donde los campos estaban llenos de flores, árboles y diferentes tipos de hierbas, Había una granja muy especial llamada la Granja del Amor. Allí vivían unos abuelitos muy buenos que eran los encargados de cuidar de una manera muy delicada y amorosa a todos los animales con los que convivían.
En la granja, la mamá y el papá pato caminaban con gran sintonía mientras sus bebés los seguían. Aunque siempre, había uno que se quedaba atrás: Javito, un patito muy sosegado .
Los caballos corrían de un lado a otro tratando de enseñar al nuevo integrante cómo ser tan rápido como ellos, pero para el joven Faly, era muy difícil mantener ese ritmo.
Por otro lado, más alejado de la granja, en el lugar donde casi no había pasto, estaban las ovejas, que eran organizadas por los perros mayores de la granja.
Mantenerse unidas era la tarea más importante para las ovejas. Si una se quedaba atrás, podría retrasar a todo el rebaño ya que ellas se cuidaban entre sí.
Sin embargo, Doris no podía mantenerles el paso y esto era motivo de molestia en el grupo.
–Esa niña solo juega –decían las ovejas mayores con descontento.
–Solo es una niña –intentaban decir sus padres con mucha vergüenza.
Cada mes, se reunían todos los animales de la granja para analizar el correcto funcionamiento. Los animales debian ayudar en todo lo que pudieran. Es decir, mantenerse organizados y hacer sus tareas diarias para que hubiera armonía en la granja.
El tema más preocupante en esta reunión arrojaba descontento con Doris, Faly y Javito.
–No pueden seguir así, la abuelita Amor los ha visto quedarse atrás y ha entristecido –decían los animales mayores.
–Tenemos que sacarlos de los grupos –Se escuchó de voces molestas.
–Al final van a enfermar más a la abuela, tenemos que esforzarnos por trabajar en equipo.
Al terminar tan cruel reunión, Javito, Doris y Faly decidieron tratar de arreglar aquel desastre.
–¡No sé cómo puedo ser más rápida! –dijo Doris.
–Yo intento saltar tan alto como puedo, pero no soy tan grande como papá –dijo Faly.
–Tal vez debamos irnos. No quiero que la abuelita Amor se disguste por las molestias que causamos al entorpecer los grupos… – dijo muy triste Javito el patito.
-Vámonos pues! – Apoyaron Doris y Faly.
Los tres decidieron buscar sus cosas e irse muy lejos, se sentían tristes pero no querían ser una carga para el resto de animales.
La mañana siguiente, todos despertaron alarmados al notar la usencia de los tres pequeños.
–Faly, mi niño ¿dónde estás? –relinchaban los caballos.
–Do Do Dooooris –decían las ovejas con su acento muy marcado– ¿Dónde estás?
–Se han ido –dijo finalmente la mamá pato.
Después de revisar cada rincón de la granja, sin resultados, debatieron lo sucedido.
En aquellos momentos de desconcierto no importaba cuanto de lentos eran los jovenes animales, lo que retrasaban sus grupos o lo que entorpecían la marcha.
En aquel momento solo importaba el amor que sentían por sus pequeños hijos y el gran vacío que sentían en su corazón. La granja del amor les dió una gran lección a todos los que en ella vivían.
Y es que no importa cuanto puedas aportar al grupo si te esfuerzas al máximo, porque el amor es un sentimiento muy fuerte que se nutre con la presencia y la compañía de nuestros seres queridos, cerca de nosotros, dentro de nuestro corazón.
Los momentos de crispación aumentaron entre los mayores de la granja y empezaron a buscar los responsables de tales acusaciones a los tres pequeños
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