Erase una vez, hace muchos años, vivía una niña en un pequeño pueblecito que se encontraba dentro de un gran bosque en el cual la gente se movía por un camino estrecho rodeado de vegetación y muchas flores.
Resguardados por grandes árboles, se podían escuchar los pájaros cantando en un entorno donde nunca hacía frio ni calor, pues en invierno soplaba una brisa templada muy suave y en verano las sombras de tanta vegetación refrescaban a las gentes que por allí vagaban.
Allí vivía Blanca Nieves, una niña muy aventurera que se llamaba así porque tenía la carita blanquita. Cuando se sonrojaba, los mofletes rápidamente se le ponían rojos, lo que creaba un contraste muy gracioso por el cual todo el mundo la conocía, ya que era muy graciosa.
Por otro motivo por el que todo el mundo conocía a Blanca Nieves, era por que no podía parar de ingeniar, inventar y crear. Siempre tenía algo en mente para hacer, por lo cual, era muy común verla cruzando la calle cargada de maderas, corriendo con una mochila, mirando el paisaje y elaborando mapas…
Toda la gente conocía de sus aventuras y preguntaba: “Que aventura llevas ahora entre manos Blanca Nieves?” A lo que siempre contestaba de manera dispar, entre búsqueda de tesoros, inventos y artilujios varios para divertirse.
Como a cualquier niño, a Blanca Nieves también le gustaba jugar con los demás, pero tenía una peculiaridad. Blanca Nieves era una niña auténtica y esto le llevaba más de un disgusto alguna vez pues si algo la caracterizaba, claramente, era que Blanca Nieves siempre expresaba lo que sentía.
Esto podía parecer normal, pero en aquel pueblo habían niños que reprimían lo que sentían porque así se lo habían enseñado sus padres. Estas cosas Blanca Nieves no las entendía, ya que si algo no le parecía bien o correcto no dudaba ni un segundo en decirlo para poder mejorar.
Un día, jugando a trepar un arbol en el parque, su amigo Sete cayó al suelo. Se golpeó en la rodilla y empezó a llorar muy fuerte. Su madre corrió a consolarlo y le repetía una y otra vez: “No llores Sete que eres valiente, no llores”. Blanca Nieves no entendió nada de aquello… No llores que eres valiente?
Ella que era valiente y atrevida, no tenía ningún problema en llorar.. ¿Que tenía que ver llorar con ser valiente? Estas cuestiones no las lograba entender, pero lo que tenía claro era que si sentía ganas de reir reía a carcajadas, si sentía alegría cantaba y si sentía tristeza lloraba y sabía que no había ningún problema en ello.
Una tarde, Blanca Nieves le propuso a Sete adentrarse en el bosque para trazar un mapa y una ruta secreta que llegara a los campos donde habían manzanas por un atajo. Más corto que el camino tradicional. El atajo iría al recto, pero era seguro que tendría obstáculos difíciles de atravesar.
Pese al miedo que sentía, Sete le dijo que SI a Blanca Nieves y aquella tarde, después de comer y con dos palos, una hoja y un lápiz, se metieron en la frondosa arboleda que rodeaba el pueblo en dirección oeste, hacia donde descansa el sol para llegar a los campos de manzanas sin tener que dar toda la vuelta que daba el camino. Su idea era crear un camino recto y directo.
Después de un par de horas, los dos niños estaban cansados de golpear y apartar ramas para abrirse paso por la densa vegetación cuando llegaron a una planta muy bonita con unos frutos de color azul que no habían visto nunca.
Blanca Nieves le dijo a Sete: “Me voy a comer un par de frutos de esta planta que es muy bonita. Sete que era más precabido le dijo: “ Espera, no deberíamos comer frutos de plantas desconocidas, no sabes si se puede comer.”
-”Siempre vas a tener miedo de todo Sete?”- Contestó Blanca Nieves.
Y los dos niños se comieron ese extraño fruto azul que nunca habían visto. Lo que resultó ser un grave error, pues a los 30 minutos se empezaron a marear.
-”Sete creo que no me encuentro muy bien” – Dijo Blanca Nieves con los mofletes rojos rojos
-”Pues yo me siento mareado” – Dijo Sete agarrandose la frente con la mano.
Los dos niños se encontraban mareados, dentro del bosque, a mitad de la tarde… la cosa no pintaba muy bien. Así aguantaron 20 minutos hasta que de repente escucharon un canto lejano que se aproximaba hacia ellos.
Eran siete enanitos que cantando y en fila, pasaban por un camino que había delante de ellos y del que no se habían dado ni cuenta. Blanca Nieves sobresaltada les preguntó:-”¿ quien sois?” Y el enanito que iba primero, contestó:
-“Somos los enanitos del bosque, trabajamos en el campo de Manzanas que hay en esta dirección y volvemos a casa para descansar, quereis venir con nosotros? Pronto anochecerá, se pondrá todo oscuro y no podreis volver a vusestra casa”.
Y ante el desconcierto en el que se encontraban los dos niños, se miraron uno al otro y decidieron seguirlos y cantar con ellos.
Cuando llegaron a la casa se dieron cuenta que cada uno llevaba en el dorsal de la camiseta un nombre que hacía referencia a su carácter. Entre todos, podían hacer una clara distinción, los que eran positivos y los que eran negativos.
Por un lado estaban: Feliz, que no se quitaba la sonrisa de la cara ni por un momento mientras les contaba a los niños la gran cantidad de cosas que hacían a lo largo del día.
Gracioso, que les bromeaba y buscaba mil y una formas de hacer gracia para que los dos niños se rieran y estuvieran contentos.
Tierno, que no paraba de observarlos y con una mirada cálida para aproximarse y abrazarlos dulcemente.
Y Agradecido, que no podía pronunciar una sola frase sin decir “gracias”.
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