Historias para Dormir

Cuento Estaciones de Amigos

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Una mañana larga, soleada y brillante,un niño llamado Otoño se despertó alegre porque el día le parecía estar mudando sus ropas, cambiaba de colores: amarillo, naranja y marrón, bajo el cielo azul. Era una mañana en la que mirar al sol le hacía sonreír.

Otoño, como cada mañana, lavó sus dientes, comió el desayuno que le preparó su mamá y se preparó para ir a jugar con sus amigos. Se vistió con zapatos deportivos y sus pantalones favoritos.

 

Mientras se vestía, Otoño se quedó observando el paisaje de fuera que era muy bonito.

Los árboles protegían con sus enormes brazos a la tierra. Las hojas caían en el parque y el viento las arrastraba formando círculos muy parecido a un armonioso y tranquilo baile. El marrón de las hojas cayendo en espirales hacía que los ojos de Oto también bailarán a ese ritmo.

 

Era Domingo y como no había colegio, todos los amigos se reunían para compartir el día. Aquello, a veces, lo ponía nervioso ya que sus tres amigos eran muy distintos y les costaba encontrar cosas en común para divertirse, por eso, muchas veces no lograban ponerse de acuerdo.

 

El columpio, el tobogán y el campo donde jugaban con la pelota parecían esperar a los tres niños que venían a reunirse con Otoño.

 

Invierno era un niño callado, poco expresaba sus sentimientos y amaba vestirse de blanco. Muchas veces se sentaba a escuchar a sus amigos hablar. Prestándoles mucha atención, sin embargo, poco los interrumpía. Era un chico tímido. De vez en cuando se sonrojaba por el frio, siempre tenía mucho frio y por eso iba muy abrigado.

 

Verano era muy activo, tenía tanta energía y sonreía tan seguido que, de vez en cuando, provocaba calor en los demás, se vestía con colores brillantes como el naranja o el amarillo. Le gustaba la playa, los días familiares, viajar y compartir con sus amigos en sus días libres. Era inevitable que verano provocara sonrisas en las personas que lo rodearan pues siempre estaba de buen humor.

 

Por otro lado, Primavera era una niña que amaba las flores. Corría y sonreía, pero siempre manteniendo la calma. Era atenta, amable y cariñosa. Amaba cantar, y si veía a alguien a su alrededor con tristezas, le regalaba su flor favorita para que se pusiera contenta y pudieran jugar.

Todos se conocían desde muy pequeños en la escuela, desde entonces se convirtieron en los mejores amigos. Vivían cerca, uno al lado del otro, y cada vez que tenían la oportunidad se juntaban para jugar. Sus papas también se conocían y en ocasiones visitaban las casas de sus compañeros al llegar la hora de dormir para que volvieran a casa.

Cuando todos estaban juntos, parecían una enorme familia feliz.

Cumpleaños, cenas, fiestas, juegos, todo lo compartían, incluso sus juguetes favoritos. Sin embargo, a medida que crecían, sus gustos iban cambiando. De vez en cuando, querían hacer juegos diferentes.

 

Los cuatro niños querían disfrutar de la naturaleza y del aire libre. Sus padres y familiares los observaban desde lejos por seguridad. Mientras, ellos decidían a qué jugar.

–¡Vamos a correr a ver quién es el más rápido!– decía el Verano con un inmenso entusiasmo.

–¡No! Vamos a recolectar flores– dijo la Primavera bailando y dando vueltas.

–Yo solo quiero chocolate caliente– logró susurrar Invierno mientras se sonrojaba por la pena de decir aquello frente a tantos pares de ojos.

–¡Vamos chicos!, vamos a caminar por las hojas secas –propuso entusiasmado Otoño.

Y empezó a caminar muy animado, pero después de observar que nadie lo seguía tuvo que retroceder decepcionado…

La verdad es que mantener una amistad en la que todos son distintos se complicaba cada día más ¿Cómo hacían los mayores para entenderse? Se preguntaban los cuatro amigos, si todos eran diferentes, ¿cómo iban a elegir a que jugar?

Verano, Otoño, Primavera e Invierno estuvieron sentados por horas mirando a su alrededor sin saber qué hacer. Todos tenían la mirada triste, querían compartir como amigos, pero ninguno quería hacer lo que el otro deseaba para divertirse. Así pasaron una hora sentados sin siquiera hablar. Hasta qué Otoño tuvo una idea.

–¡Ya se! –Exclamó el niño pateando con emoción las hojas bajo sus pies–¿Qué os parece si jugamos por turnos a lo que cada uno quiera?

–¿Cómo? –Preguntó fríamente el invierno, con poco ánimo y confundido.

–¡No entiendo! –dijo la primavera, girando con su vestido de flores, quedando completamente mareada al final.

–Jugaremos un rato a lo que quiera verano, luego unos minutos a lo que quiera jugar primavera y, por último, haremos lo que desee hacer Invierno. Después valoraremos que juego es el mejor de todos y así nos mantendremos unidos.

–¡Qué buena idea! –dijeron todos sonriendo y levantándose del banco dónde estaban sentados.

Primero decidieron contar hojas con Otoño, ya que fue él quien tuvo la idea.

–Una hoja –empezaron serios…

–Dos hojas –primavera sonrió mirando la cara de invierno.

–Tres hojas.

–Cuatro hojas. Decía Otoño muy alegre.

–Cinco hojas.

–Seis hojas. Sonreían todos muy contentos.

 

–Siete hojas –las carcajadas ya no les permitían contar, todos se sentaron a reír porque notaron que jamás terminarían de contar las hojas, eran infinitas y por fin lo empezaron a pasar muy bien.

 

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