Érase una vez, dos hermanos llamados Hansel y Gretel. Hansel, el hermano mayor, era un muchacho inquieto, deseoso, muy glotón y travieso. Su hermana pequeña, Gretel, también era revoltosa y adoraba la fruta, no era tan glotona como su hermano, pero sí razonaba más . A ambos les gustaba jugar, y a menudo se peleaban, pero eran peleas inocentes de hermanos. La verdad es que se querían mucho y se defendían el uno al otro constantemente.
Los dos hermanos vivían en un pequeño barrio cerca del colegio. Después de hacer los deberes y ayudar a sus padres en las tareas de casa solian salir a la calle a jugar con el resto de niños del barrio. Su vida era de lo más sencilla, yendo al colegio por las mañanas y jugando con sus amiguitos por las tardes. Su día favorito era el sábado, cuando sus padres repasaban como se habían portado durante la semana y les daban dinero para que aprendieran a gestionarlo, de modo que los niños tenían la posibilidad de gastar, ahorrar o invertir. La paga, como le solian llamar, era además una recompensa por sus esfuerzos en el colegio.
Cada sábado, sus padres, contentos por todo el trabajo que los dos hermanos habían hecho a lo largo de la semana, daban un poco del dinero. Gretel que era más precabida, solía guardar siempre una parte para comprar otras cosas, pero su hermano, que era el más glotón, siempre se gastaba el dinero con helados de yogur con frutas que traía el heladero al barrio. Eran los helados más ricos que habían probado nunca.
Mientras los niños jugaban en la calle, se escuchaba la música del camión de los helados y, entonces, todos los niños dejaban de jugar y corrían en dirección al celestial sonido y rodeaban el camión para pedir helados de todo tipo de sabores: de piña, de fresa, de menta, de plátano, de manzana… El heladero, servía los helados a los niños con una amplia sonrisa en su rostro, observando cómo todos los pequeños disfrutaban para en apenas quince minutos volver a seguir jugando. ¿De qué estarían hechos sus helados? Eran tan deliciosos…
Con el tiempo, los dos hermanos se acomodaron con aquella situación y dejaron de valorar lo que tenian. A veces se levantaban de la mesa sin llevar el plato al fregadero, se les olvidaba hacer la cama, no solían ayudar a plegar las sábanas… Todo aquello hizo preocuparse a los padres que fueron al colegio para hablar con la profesora y se llevaron una desagradable sorpresa.
La profesora, preocupada, les dijo que estaba observando que los dos niños tenian un comportamiento inadecuado muy lejano al que solían tener antes. Tras una amplia conversación para tratar de averiguar los motivos, llegaron a la conclusión que los niños tan solo se preocupaban de salir a jugar y comer helados y habían dejado de lado los estudios y las tareas diarias básicas.
Aquel día, cuando los padres llegaron a casa reunieron a los dos hermanos para hablar seriamente con ellos.
—¡Esta situación no puede continuar chicos! — Dijo la madre con actitud enfadada —¡Nos estamos esforzando para que no os falte de nada y seais felices y vosotros no estais cumpliendo con vuestras tareas!
Los dos hermanos se miraron el uno al otro como si la cosa no fuera con ellos. Pero su papa les dijo:
— La paga que teníais como recompensa por el buen comportamiento os la vamos a quitar de momento.
Si no os esforzais por aprender y crecer, nosotros no podemos daros la paga.
Al momento la cara de indiferencia de los niños paso a cara de enfado y Hansel les recriminó:
—¿Entonces como voy a pagar los helados de frutas?—
Y la madre respondió:
—Es muy posible que en un tiempo no vuelvas a comer helados de frutas.
En ese momento los dos niños se levantaron de las sillas y se fueron a su habitación. La emoción que sentían era rábia. Porque creían que la paga les pertenecía sin la necesidad de ganársela. Hansel lloraba porque sentía pena por no comer los helados de yogur con fresas que tanto le gustaban. Pero Gretel, como solía ahorrar dinero dijo:
—Hansel, no te preocupes, tengo algo de dinero ahorrado. No es mucho, pero suficiente para que podamos tomarnos un helado cada uno.
Y así fue como llegó el sábado y los dos hermanos, que no estaban como cualquier sábado salieron a jugar y a la espera del camión de helados para saborear esas frutas dulces rodeadas de blanco.
Estában jugando a saltar a la cuerda, un juego que les gustaba mucho ya que tenían una cuerda larga que les permitía saltar diez personas a la vez.
De pronto, un sonido resonó por las calles y el primero en salir corriendo fue el que daba movimiento a la cuerda. De ahí escaparon todos a correr y cuando llegaron ya estaba el camión en su sitio de siempre, esperando a los niños de siempre.
Como los dos hermanos necesitaban contar el dinero que tenían para ver si les llegaba se quedaron los últimos en la cola hasta que les llegó la hora de pedir. Ese sábado, gracias a los ahorros de Gretel, los hermanos saborearon un helado que les supo a gloria.
Pero al sábado siguiente, poco habían cambiado las cosas y Gretel ya no tenía dinero. El heladero se extrañó de que los hermanos no pidieran ningun helado, les preguntó muy amablemente el motivo por el cual no pedían helado y los niños contestaron que no tenían dinero. Entonces les preguntó:
—Chicos, os habeis quedado con ganas comer un helado, ¿verdad?
Y los dos hermanos asentaron con la cabeza, sobre todo Hansel que se solía comer dos mínimo. El heladero les había hecho esa pregunta con la intención de hacerles una propuesta:
—Si me cortáis la fruta y me llenais todo este recipiente para que pueda continuar haciendo helados os habreis ganado uno bien rico, que os parece?
Los dos niños se miraron uno al otro y valoraron la propuesta. Por un lado les parecía muy razonable, pero por el otro veían como sus amigos estaban terminando de comer y volvían a jugar.
Sin saberlo estaban a punto de aprender una valiosa enseñanza. Los dos hermanos decidieron ponerse el delantal y mientras a escasos metros estaban sus amigos saltando, cantando y bailando, ellos no paraban de pelar fruta. A pesar de que el Heladero tenía un pelador muy bueno con el que era imposible cortarse a los niños les faltaba maña. Eran muy lentos y lo que el heladero cortaba en cinco minutos a ellos les estaba costando treinta. Empezaron a desesperarse e incluso les salió alguna lágrima pero como se habían propuesto hacerlo allí estaban y nada iba a cambiar su decisión de conseguir un helado por pelar fruta.
Al final, después de los ánimos del heladero, consiguieron cortar toda la fruta que les había encomendado. No era mucha, pero como no lo habían hecho nunca les costó. Los dos hermanos consiguieron dos cosas, un helado y un dolor de muñeca increible de darle vueltas a la fruta.
Mientras volvían a casa, Hansel se mostró enfadado por el esfuerzo que había tenido que hacer para comerse el helado y cuando se lo acabó tiró el envoltorio al suelo.
—¡Hansel, no tires basura al suelo!-dijo Gretel.
A lo que se escuchó una voz que decía:
— ¡Eh chaval! ¿En tu casa también tiras los papeles al suelo?
Hansel y Gretel se giraron y se encontraron cara a cara con la barrendera del barrio: una mujer bajita, regordita, de mirada desafiante y facciones duras. No tenía buena fama entre los niños del barrio, pues siempre les echaba la bronca por ensuciar las calles.
—¿Por qué le importa tanto? —preguntó Hansel—. Su trabajo es recoger la basura. Si no tirase basura, no tendría trabajo, ¿no?
—Veo que no lo entiendes bien —dijo la barrendera—. Mi trabajo es limpiar la calle de todo tipo de cosas: hojas que se caen de los árboles, papeles que se vuelan… Pero no es limpiar basura que tú decides tirar al suelo. Si tú piensas que tirar papeles al suelo me da trabajo a mí, entonces no podrías quejarte si el hijo del dentista fuera dando puñetazos en la boca a otros niños para darle trabajo a su padre, ¿no?
—No es lo mismo —dijo Hansel.
—Según tu filosofía sí—contestó la barrendera—. Mira chico, la calle está así de limpia porque mi trabajo es limpiarla. Y sí, también limpio los papeles que gente como tú tira al suelo. Pero eso no significa que lo que has hecho esté bien. Mantener la calle limpia es mi trabajo, pero es obligación de todos, porque todos paseamos por ella. Yo trabajo limpiando la calle porque me gusta ver todo limpio y al final del mes, me pagan por ello. Ese es mi trabajo, esa es mi tarea y esa es mi recompensa
Hansel no dijo nada, pues ya no sabía qué más excusas poner.
—Por favor, discúlpele —dijo Gretel, intentando proteger a su hermano—. No suele tirar basura al suelo. Hoy está un poco enfadado porque para comerse un helado ha tenido que trabajar más que nunca.
—Ya veo. ¿Y eso a que se debe? —preguntó la barrendera.
—Se debe a que nuestros padres dicen que no nos esforzamos lo suficiente y nos han quitado la paga —respondió la niña.
—Entonces, lo que os estoy contando os va a venir muy bien en el futuro. — Dijo la barrendera ante la cara atónita de los niños.
—Vuestra paga era una recompensa por vuestro trabajo y esfuerzo, igual que mi sueldo. ¿Os parecería justo que no os hubieran dado el helado después del gran esfuerzo que decís que habeis hecho?
Si te ha gustado la historia, puedes escucharla completa en nuestra APP de cuentos Realx Moment, también puedes encontrar todos nuestros cuentos para dormir
0 comentarios