Cuento Rapunzel [Historias para Dormir]

Historias para Dormir

Érase una vez, una muchacha de hermosos cabellos dorados llamada Rapunzel. Rapunzel era una niña alegre y llena de energía.

Había quedado huérfana cuando era un bebé y su tía se hizo responsable de ella. No le supuso ningún problema cuidar de su pequeña sobrina, pues siempre había querido tener hijos aunque nunca lo había podido conseguir.

La llegada de Rapunzel a su vida la ayudó a superar la pérdida de los padres de la pequeña, con los cuales siempre había estado muy unida de modo que la niña siempre estuvo bien atendida y cuidada.

Sin embargo, había un problema: la tía de Rapunzel, llamada Gothel, siempre había querido tener una niña. Y en su cabeza tenía una imagen muy idealizada de lo que para ella significaba.  Según la cual, Rapunzel tenía que seguir a rajatabla las órdenes de su tía: llevar vestidos, utilizar objetos rosas, jugar a “juegos de niñas”, escuchar los cuentos de princesas que la aburrían enormemente y no cortarse nunca su melena dorada.

Bien, pues a Rapunzel no le importaba lo de los vestidos, ni lo de la melena, pero no le hacía nada de gracia que su tía le dijera que tenía que jugar a “juegos de niñas”, porque había algo que le gustaba más que nada en el mundo, salir a correr por el campo y construir cabañas, hacer inventos y crear artilúgios. Y siempre discutían por lo mismo.

—Pero todo eso son juegos de niños —decía su tía Gothel—. Si pasas el día por el campo te vas a ensuciar y las niñas no hacen eso, además con la melena tan bonita que llevas se te va a enredar y luego no habrá quien la peine.

—¿Por qué no? —preguntaba Rapunzel.

—Porque son juegos peligrosos. Te caes, te manchas la ropa, te llenas de barro… Además, te puedes lesionar… ¡Puedes hacerte mucho daño!

—Pero a mí me gusta, me parece muy divertido —decía Rapunzel.

—Pero no es un juego de niñas —decía su tía—. Tú deberías jugar a las muñecas, a las cocinitas… Ya sabes, ¡cosas de niñas!

A Rapunzel no le convencía lo que decía su tía. Gothel intentaba animar a su sobrina a jugar a otro tipo de juegos regalándole libros de princesas, muñecas, bebés parlanchines y pequeñas cocinitas para que jugara a ser madre o ama de casa, pensando que lo de salir al campo sería algo pasajero.

Su tía estaba cada vez más desesperada, pero no perdía la esperanza de que su pequeña sobrina se cansara de correr aventuras y se quedara en casa, tranquilita sobre la alfombra y rodeada de muñecas.

Pero no era así. Rapunzel solía juntarse en el parque con los amigos del barrio. Su barrio estaba a las afueras de la ciudad, en un prado verde cerca del parque por donde solían salir a jugar. En el grupo de amigos habían tanto niñas como niños.

Cada niño se vestía como quería, llevaba el pelo como quería y sobretodo no importaba ensuciarse de barro. Rapunzel soñaba con no tener que dar explicaciones por llegar a casa manchada, era algo que no llevaba bien.

 

— ¡Madre mía como me he puesto hoy de barro! — Decía Eugene, un niño muy atrevido que no se inmutaba lo más mínimo de su aspecto.

—¿Y cuando llegues a casa que te va a decir tu madre?  — Preguntaba Rapunzel entre la sorpresa y la admiración.

—¿Mi madre?— sonreía — ¡Que seguro que me lo he pasado muy bien!

—Jo, pues que suerte, mi tía se va a enfadar nada más verme entrar por la puerta  seguro—

—jajaja  ¡pues que se vaya acostumbrando! — decía una niña entre las risas de todos.

La verdad es que Rapunzel tenía un gran dilema interno, por un lado no se sentía libre de hacer lo que quería, y tampoco deseaba enfadarse con su tía. Era una niña muy diplomática y siempre buscaba la manera pacífica de encontrar solución a los problemas.

Y todo esto, porque sabía que la mejor manera de solucionar los problemas era de manera asertiva, pues la asertividad es el puente entre una reacción agresiva y la pasividad.

Obviamente, su tía reaccionaba de forma agresiva porque se resistía y no aceptaba que la felicidad de Rapunzel no se basaba en jugar a las muñecas.

Pues tal cual anunciaba pasó cuando la pequeña llegó a casa.

—Hola tia, ya estoy aquí— Dijo disimulando al abrir la puerta.

—¿De donde vienes Rapunzel? Contestó su tía en un tono desconfiado.

—Vengo de jugar en el parque con los niños tia, hemos construido un fuerte con maderas y hemos excavado con palos para fijar las paredes y que estén bien sujetas— Aunque lo intentaba no podía esconder la ilusión que le daban aquellas aventuras!

—Pero bueno, sabes que no me gusta que juegues a ese tipo de juegos— Decía la tia mientras Rapunzel entraba al comedor

—Ya tia, lo siento— Y al ver las manchas  de barro que Rapunzel llevaba en el pantalón su cara cambió. Se enfadadó y empezó a gritar.

—Que sea la última vez que te ensucias la ropa. No la cuidas nada, debería darte vergüenza ir así por la calle—

La pequeña Rapunzel se puso muy triste, empezó a llorar y le reprochó a su tía:

—Pero tia, no le hago mal a nadie, la ropa no está estropeada, solo es una mancha que se limpia y ya está, sin más ¿porque te molesta tanto?

—¡Por que no te cuidas y te ensucias cada vez que sales a jugar!

En el fondo, el problema era que Rapunzel no era como a ella le gustaría. Como no lograba mantener el control de aquella situación ardía en cólera, pero lo que no sabía era que ella misma era la responsable de sus reacciones.

Rapunzel se fue a su habitación y se acostó triste. No le apetecía cenar ni tampoco le apetecía escuchar un cuento como solía hacer cada noche. Tan solo le daba vueltas al problema que tenía. Sentía desconcierto e incomprensión por parte de su tia.

A la mañana siguiente se levantó, se lavó la cara, se vistió, se preparó la mochila y bajó a desayunar.

La situación era bastante tensa.

—Buenos días.

—Buenos días tia.

—¿Te caliento la leche?

—Si por favor.

Apenas hubo conversación y la poco que hubo fue muy justa. Rapunzel se fue al colegio, se juntó con sus amigos y su estado de ánimo mejoró un poco, se le llegó a escapar alguna sonrisa con las bromas de sus compañeros, pero en el fondo tenía una sensación de impotencia. Sensación que se acrecentó cuando a la hora del patio los amigos empezaron una conversación.

 

 

 

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